lunes, 27 de junio de 2011

Vivir el descenso de River en Argentina

Soy de un país tercermundista llamado Colombia, pero los incidentes después del empate de River ante Belgrano no dejan de sorprenderme. Es impresionante lo que puede llegar a causar una pequeña porción de desadaptados por un partido de fútbol.

En mi país también hay violencia por este deporte, pero no recuerdo un hecho tan grave como el que se registró ayer adentro y en las afueras del Monumental situado en el elegante barrio de Núñez.
Si bien está claro que el equipo más ganador del fútbol argentino se fue a la segunda categoría, nada justifica los desmanes generados por los desadaptados –porque no hay otra forma de referirse a esta gente, ya que decirles “hinchas de River” es manchar el nombre de una institución que no tiene la culpa de que sus seguidores sean así- que se encargaron de romper y dañar “el club de sus amores” físicamente, ya que de saquearlo institucional y económicamente, se habían encargado otros.

La violencia se mostró explícitamente por primera vez en el partido de ida en Córdoba, cuando unos salvajes –algunos encapuchados y con el rostro cubierto y no precisamente por el frío que hacía- tras romper el alambrado haciendo una circunferencia tan perfecta que llamaba la atención, ingresaron a la cancha a apretar, delante todo el mundo, a los jugadores de River que iban perdiendo el partido por 2 a 0 y veían cada vez más cerca su camiseta en las canchas de la B. Los delincuentes, apenas vieron gente de seguridad, que en vez de perseguirlos parecían escoltarlos de vuelta a su lugar, corrieron de nuevo a la tribuna, y como si tuvieran cohetes en los zapatos, treparon la malla y volvieron a ubicarse en el tablón. El partido estuvo parado por 20 minutos pero después se pudo concluir con normalidad. Esto fue sólo un asomo de lo que se venía.
Esa misma noche, después de River volver al hotel, Juan Pablo Carrizo y Leandro Caruso casi se van a los puños con hinchas que los ultrajaban por la derrota. Afortunadamente, todo quedó en un casi.

Al otro día, el plantel llegó a Aeroparque y directamente se fue al Hindú Club en Don Torcuato, donde estuvieron concentrados hasta el día del partido. Ya en la noche, los hinchas de River se repartieron para protestar contra los jugadores y Daniel Passarella y su soberbia; unos se fueron al Hindú Club y otros al Monumental, donde ya se había anunciado un banderazo.
Los manifestantes tenían pancartas y banderas con mensajes fuertes y amenazantes como “matar o morir” o “nosotros nos jugamos la historia, ustedes se juegan la vida” y cantaban diciendo “con River no se jode”.

Después, llegó la Policía al estadio, a reprimir con sus tanques -empeorando las cosas en vez de ayudar- tirando agua entintada a todos los presentes y terminaron peleándose, como siempre, hinchas y efectivos. No me olvido la cara de estupor e incredulidad de la gringa que tenía a mi lado viendo las imágenes de lo que acaecía en Núñez –que por cierto, fue lo único que importó en el país durante la última semana- y que al mismo tiempo me preguntaba en su español esforzado con acento yanqui: ¿Hay tanques porque perdió un equipo?, yo le dije que sí y caí más en cuenta de la barbarie a la que nos han querido acostumbrar estos violentos en los últimos años.

El rostro de la misma norteamericana tomó otra expresión –casi en shock- cuando casi confiada de que la respuesta iba a ser positiva ante la interrogación de si los que se metieron a la cancha el día anterior ya estaban en la cárcel, fue un no. ¿Alguien se puede imaginar a los hinchas de los Lakers rompiendo todo el Staples Center porque su equipo perdió un partido? Igualmente –para lo que estamos acostumbrados- el suceso no pasó a mayores pero no dejaba de ser un aviso de lo que se venía.
Por los lados de la Casa Rosada ya se había empezado a analizar la situación de si se jugaba el domingo con o sin público. La ministra de Seguridad de la Nación, Nilda Garré, había propuesto que se jugara sin gente como había sucedido con Huracán vs. Tigre o Huracán vs. Vélez, lo cual había llevado al Fortín a salir campeón a puertas cerradas. Finalmente, apareció la orden suprema, Cristina dijo que el partido se jugaba con público y dispuso de 2200 policías para garantizar la seguridad. El cotejo se realizó con público pero ni esa cantidad de uniformados alcanzó para controlar la locura de los salvajes que salían de la cancha de River.

Nadie asegura que la situación hubiese sido distinta si el partido se hubiera realizado con la ausencia de público, pero sí se pudo haber planeado un operativo más fuerte y organizado que se temiera lo peor para así evitar los desastres ocasionados.
En la cancha, el partido se vivió con mucha tensión como era de esperarse, y según cuentan, la gente no se sentó un solo segundo. Hubo dos goles, un penal errado, otro no cobrado, un tanto anulado, muchas patadas y varios amonestados pero ningún expulsado. La emoción y sufrimiento en su máxima expresión.

A los 89 minutos, con el descenso del equipo millonario ya prácticamente consumado, los hinchas decidieron que el partido no siguiera y empezaron arrancar las butacas y a arrojar todo tipo de proyectiles a la cancha hasta que el árbitro decidió oficializar la caída de River a la B.
Los jugadores de Belgrano de Córdoba no pudieron festejar, ya que nada está por encima de la integridad física y corrieron hacia el vestuario en medio de la lluvia de piedras y botellas, dejando atrás un césped que parecía más un campo de guerra que una cancha de fútbol por todas las bombas de humo. Ahí aparecieron las Fuerzas de Seguridad de nuevo, tirando agua a todas las tribunas, inclusive las más calmadas que sólo querían abandonar el estadio lo antes posible.

Afuera se desató la debacle y los mismos desadaptados de siempre acabaron con todo lo que se les apareció en frente, desde un puestico de choripanes, pasando por un móvil de un canal de televisión, hasta el concesionario de una marca prestigiosa de carros como Toyota. Vaciaron farmacias, comercios y supermercados de las adyacencias del estadio. Quemaron automóviles y se pelearon entre ellos y contra la Policía. Al final, los incidentes dejaron 89 heridos -50 civiles y 39 uniformados- y 50 detenidos, según la Policía Federal.
River Plate, tras 110 años en Primera, se fue a la B, algo que nadie imaginó. Nunca. De todas maneras, razones no le faltan. Los últimos dirigentes hicieron todo lo posible para que esto sucediera. Igualmente, nada justifica tanta locura y violencia.

Termino de escribir esta nota y estoy igual o más impresionado con todo esto tras "pasarlo al papel". Esperemos que no pase nunca en Colombia, aunque estando el América de Cali en promoción -equipo que perdió la final de la Copa Libertadores dos veces vs. el mismísimo River Plate (1986 y 1996)- puede que también se nos vaya un grande. Sólo esperemos que si desciende se viva con más cordura y no sea una tragedia y hecatombe con tanto salvajismo incluido como en la República de la Argentina.
Pablo Rios González
@pabloriosg

No hay comentarios:

Publicar un comentario